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3.1.17

Adiós a una joven valiente

Los meses previos a la salida al mercado de la revista Tres, entre 1995 y 1996, fueron increíbles: a una cantidad de periodistas se nos pagó el sueldo durante varios meses sin que la revista se publicara todavía. La idea es que empleáramos ese lapso para crear fuentes, investigar, preparar notas.
Yo dediqué ese tiempo a investigar a la Comunidad Jerusalén, un grupo de la Iglesia católica que orientaba el sacerdote salesiano Adolfo Antelo, un cura carismático, muy popular por oficiar misa por televisión, a través de Canal 4.
Por una casualidad, a comienzos de 1993 me había tocado cubrir ese tema en el semanario Búsqueda, a pesar de que yo era el cronista sindical y pasaba mis semanas confinado en la sede del PIT-CNT, que entonces estaba en la avenida 18 de Julio, y en el bar de enfrente, el Molto Bene, donde siempre había un dirigente sindical con quien hablar.
En 1993, después de años de recibir denuncias y no darles curso, la Iglesia por fin había decidido investigar lo que ocurría dentro de la Comunidad Jerusalén. Eso motivó el interés de Búsqueda y, como el periodista que se ocupaba de temas eclesiásticos estaba de licencia, me tocó a mí escribir sobre el asunto.
Hice un par de notas sobre el tema. Conté que la investigación abierta se centraba en denuncias de "malos tratos" que algunos ex integrantes de la Comunidad Jerusalén habían realizado. En el segundo artículo, se incluyeron testimonios de varios jóvenes que habían estado en el grupo y habían sufrido los famosos "malos tratos" de Antelo. Quedaba claro que el cura los golpeaba.
Dos años después yo ya no trabajaba en Búsqueda y estaba en el plantel que preparaba Tres.
Cuando llegaron esos meses soñados por todo periodista en los que podía cobrar un sueldo sin las urgencias de publicar todos los días o todas las semanas, le propuse a los directores de la revista, que eran Alejandro Bluth y Juan Miguel Petit, mi intención de investigar a la Comunidad Jerusalén, porque estaba seguro que aun quedaba mucho que contar.
Sucesivas entrevistas con ex integrantes me sumergieron en un mundo de terror alucinante creado por Antelo dentro de la propia Iglesia y ocultado durante años: las golpizas que sufrían los integrantes del grupo eran tremendas. Antelo les pegaba piñazos y golpes brutales con una pata de palo que llevaba como consecuencia de una amputación y que -parece cómico pero no lo es- oportunamente se quitaba para reventar a sus discípulos. Muchos habían sido fracturados. Las paredes de los locales de la comunidad tenían manchas de sangre. (La reciente publicación del libro El reino del padre Antelo, de Marcelo Di Lorenzo, otro ex integrante de la comunidad, me permitió conocer un nuevo detalle en aquel mundo de horror: Antelo también practicaba el "submarino" con sus víctimas, lo mismo que los torturadores de la dictadura).
Volvamos a 1995. A medida que seguía entrevistando gente y a profundizar en mis preguntas, comenzó a aparecer un asunto nuevo: Antelo también abusaba sexualmente de las mujeres de su comunidad.
Un día se lo conté a Bluth. Me preguntó si alguna de las jóvenes abusadas me había dado su testimonio. Le dije que no, que por el momento lo que tenía era el relato de algunos hombres que habían presenciado manoseos en los genitales y habían visto a Antelo pasar la noche en su dormitorio acompañado de algunas de sus "princesas".
Bluth me respondió tajante, palabras más, palabras menos:
-Si no conseguís una mujer que diga, con nombre y apellido, que Antelo abusó de ella, no vamos a publicar nada de abusos sexuales. El tema es muy grave como para basarnos en fuentes anónimas o testimonios de terceras personas.
A partir de ese momento, mi investigación entró en una fase desesperada. La revista ya tenía fecha de salida para fin de mes y no quedaba mucho tiempo para seguir investigando.
Yo tenía una larga lista de mujeres que habían dejado el grupo y sabía con certeza que varias de ellas habían sido abusadas por Antelo.
Las fui llamando una por una. Ninguna quería hablar. Además de las amenazas de condenarse al infierno eterno que Antelo y sus cómplices lanzaban a todos los disidentes, en este caso se sumaba la vergüenza de tener que contar en público una experiencia traumática y humillante: "Esto no lo puedo hablar con nadie". "No se lo conté ni a mis padres". Algunas me decían que necesitaban pensarlo bien y me pedían que las llamara otra vez en tres o cuatro días. Cuando volvía a telefonearles, me decían que lo habían meditado mucho y que, a pesar de que querían hacerlo o sabían que eso era lo correcto, preferían no hablar.
Ana Coutinho. Comunidad Jerusalén. Revista Tres. AnteloYo iba tachando uno a uno los nombres de mi lista. Tenía tantas jóvenes tachadas que parecía que nunca podría contar las cosas terribles que habían pasado en Comunidad Jerusalén. Comencé a deprimirme.
Un día llamé a una tal Ana Coutinho, otro de los nombres de mi lista. Lo mismo que otras, también me pidió unos días para pensarlo. La volví a llamar por teléfono unos días después, con pocas expectativas.
Me dijo:
-Lo estuve pensando mucho y no es fácil para mí, pero voy a dar mi testimonio...
Quería que a nadie más le pasara lo mismo. Pensaba en las chicas que seguían dentro de la Comunidad.
Por un momento quedé en shock. Cuando reaccioné, nos citamos en la plaza de comidas de un shopping, donde ella dio su testimonio en primera persona, con nombre y apellido.
Recuerdo bien el momento. Ana hablaba sin la excitación que suelen tener los que buscan contar algo en la prensa por ansias de figurar, de ganarse sus 15 minutos de fama. Tampoco estaba apesadumbrada. Contó todo con sobriedad y seriedad, sin aspavientos y sin rehuir preguntas, consciente de los efectos que tendría su declaración. Aceptó pasar unos días después por la redacción de la revista para que se le tomara una foto.
La nota, que se publicó en el primer número de Tres, incluida años después en el libro Crónicas sangre, sudor y lágrimasprovocó un gran impacto. A pesar de que Antelo nunca perdió el apoyo del Vaticano (ni de un variopinto conjunto de influyentes uruguayos que fue desde Canal 4 al semanario tupamaro Mate Amargo), los testimonios en su contra eran categóricos. Fue procesado con prisión y murió en régimen de prisión domiciliaria en un hogar selesiano.
El gesto valiente de Ana Coutinho fue clave para el justo desenlace de esta historia. Me han dicho en la Iglesia que todas aquellas que fueron las "princesas" de aquel hombre enfermo hoy están recuperadas.
Que yo sepa, luego de haber dado aquel testimonio, Ana no volvió a ser noticia. Se dedicó a rehacer su vida y formó una familia. Salvo un par de encuentros casuales, pasaron los años y no supe más de ella.
En diciembre, recibí la llamada de un ex integrante de la Comunidad Jerusalén. Me contó que Ana Coutinho acababa de fallecer, víctima de una enfermedad que se la había llevado en forma muy prematura.
No puedo decir mucho sobre ella. Apenas la conocí. Solo hablé con Ana largo y tendido una única vez, en la plaza de comidas de un shopping. Pero sí puedo decir una cosa: cuando la vida la puso en una encrucijada, por sobre un coro de admoniciones y amenazas, Ana Coutinho tuvo mucho coraje. En medio de una tempestad donde muchos flaquearon, ella desechó la salida fácil y prefirió lo que era mucho más complicado: hacer lo correcto.
Es una medalla que pocos pueden colgarse.

24.12.10

El pueblo que quiso salir en televisión

Nada en Young recuerda que en esta pequeña ciudad de Uruguay, hace un año, ocurrió una tragedia que por grotesca fue noticia en el mundo.
Nada recuerda que ocho personas murieron cuando un programa de televisión "solidario" convocó al pueblo a remolcar una locomotora en apoyo del hospital local.
Donde ocurrió la masacre el 17 de marzo de 2006 no hay flores que recuerden a los muertos. La gente pasa por allí como si nunca hubiera sucedido nada. En todo Young no hay ni siquiera un graffiti que mencione la tragedia. Es como si el pueblo hubiera decidido que nunca ocurrió.

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Tragedia de Young. Desafío al corazón. Nota Haberkorn
Estación de trenes de Young.
Portadilla con la que fue presentado el artículo
en la revista Gatopardo 

Young tiene 15.000 habitantes, teléfonos de cuatro cifras y una sola esquina con semáforo. Young –a la que llaman Yung- no es capital departamental, no es sede de ninguna fiesta de renombre y carece de atractivos turísticos. Quizás por eso fue tan impactante que la televisión nacional decidiera hacer un programa allí.
La idea fue de Griselda Crevoisier, una administrativa del hospital de 51 años, que cada semana miraba en Canal 10 el programa Desafío al Corazón. En él, distintas instituciones eran conminadas a cumplir con una prueba insólita y recibían como premio el dinero donado por los televidentes, sensibilizados a través de la pantalla.
En 2004 el hospital no tenía ambulancia. Crevoisier convenció al director de entonces de participar en Desafío y así poder comprar una. Como ella conocía a uno de los dueños de Canal 10, logró que el hospital fuera anotado en la lista de espera del programa.
Hoy Crevoisier no cree haberse equivocado. Casi todo lo que hay en el hospital, explica, fue conseguido gracias a donaciones que han suplido el aporte siempre insuficiente del Estado.
Celia González, otra funcionaria, cuenta una historia ocurrida años atrás: un día hubo una emergencia y a la ambulancia le faltaba un neumático. El director del hospital no sabía qué hacer. Entonces, contra los reglamentos, llamaron por teléfono a radio Young y pidieron por favor una cubierta. En pocos minutos consiguieron cuatro.
Así se hicieron siempre las cosas.

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Cómo a los creativos de Desafío al Corazón –Ernesto Depauli, de 38 años, y Fernando Seriani, de 30-, se les ocurrió que la gente remolcara una locomotora se explica en el expediente judicial de la tragedia.
Dos años después de la gestión realizada por Crevoisier, al hospital de Young le llegó el turno de participar en Desafío. Depauli y Seriani visitaron el pueblo en febrero de 2006 y se reunieron con el nuevo director del hospital, Juan Pablo Apollonia, y su comisión de apoyo. Los locales sugirieron realizar una prueba con caballos, pero eso no convenció a los capitalinos. Depauli y Seriani recorrieron Young y, al ver las vías del ferrocarril, se inspiraron.
De regreso en Montevideo, Depauli le envió un mail a Apollonia:
"Te mando el desafío que pensamos (...): un grupo de personas de Young deberá arrastrar un convoy formado por un vagón de tren, un camión y un tractor, con los motores apagados, una distancia de por lo menos 56 metros, utilizando una cuerda o similar. Es importante que sea un vagón de pasajeros porque es mucho más vistoso. Cuantas más personas haya, mejor, cuanto más larga sea la cuerda, mejor. Si pueden conseguir una locomotora, mucho mejor".

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Young hierve en verano. Los tanques de agua se recalientan tanto que, en el hotel, incluso de la canilla fría sale un líquido que quema.
La ciudad nació alrededor de una estación de tren, en una de las zonas agrícolas más ricas del país. El intenso movimiento de carga dio origen al pueblo, en medio del campo. "Acá no tenemos río, ni nada parecido. En otros lugares la gente sale a caminar por la costanera. Acá se mira mucha televisión", dice Ricardo Fontana, empleado del canal de cable local.
Uno de los programas más vistos en Young era Desafío al Corazón. Alba Lemes, 68 años y herida en la tragedia, cuenta: "Todos lo mirábamos. Es tan lindo". Lemes habla en su pequeño living, con el televisor encendido. Participar en Desafío le costó siete costillas fracturadas, el omóplato partido en tres, el peroné quebrado, una fisura en el tobillo, lesiones en el hígado y 300 centímetros cúbicos de sangre del pulmón. Estuvo a punto de morir y aún le duele, pero dice que volvería a hacerlo todo de nuevo.
Jonathan Muñoz, que tenía 14 años cuando la televisión visitó el pueblo, tampoco se perdía Desafío al Corazón. "Siempre lo mirábamos", relata su madre, Ivanna Gómez, en la puerta de su mísero rancho de madera. "Jonathan se ponía muy contento cuanto se cumplía una meta".
Ivanna es fuerte. Sólo al recordar lo bien que Jonathan jugaba al fútbol, y que unos días antes del programa lo había contratado San Lorenzo, el campeón local, las lágrimas asoman a sus ojos.


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Cuando Apollonia, el director del hospital, recibió el mail en el que los creativos del programa le proponían remolcar un tren, un camión y un tractor, respondió en otro mensaje: "Nos parece una muy buena idea".
En ese mail, Apollonia le sugirió al canal que sería mejor tirar de una locomotora y dos vagones. El canal aceptó. El director cambió también el objetivo del "desafío": había reparado tres viejas ambulancias y ahora quería dotar de calefacción al hospital. Necesitaba 30.000 dólares.
"El frío en invierno es terrible", cuenta. "Compré estufas eléctricas, pero se rompían porque no están hechas para estar prendidas todo el día".
Apollonia es enfermero. Fue designado director del hospital por el Frente Amplio, la coalición izquierdista que gobierna Uruguay desde 2005. Admite que la calefacción debería se provista por el Estado, pero no culpa a la actual administración. "Los gobiernos anteriores dejaron caer los hospitales. Las cosas no pueden cambiar de un día para otro y yo no puedo esperar a que el Estado tenga plata".
Cuando se le hace ver que una cosa es recaudar fondos para un hospital haciendo sorteos y otra es que la gente tire de una locomotora en la televisión, Apollonia lo acepta. "La idea fue de la anterior comisión de apoyo. Cuando llegó la propuesta, yo tenía que decidir... y me enganché".

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La noticia entusiasmó porque combinaba dos pasiones de Young: la televisión y el hospital.
"Hay una identificación muy fuerte con el hospital", explica Apollonia. "Hasta hace pocos años, cuando abrió un sanatorio privado, aquí todos nacían y morían en él. El programa iba a permitir demostrar el cariño que se le tiene".
Yolanda Faccio, a quien la locomotora le arrancó un brazo, se sintió feliz al enterarse. "Yo miraba el programa siempre. ¡Y que emoción cuándo dijeron que venían a Young!". Faccio sonríe mientras levanta la manga izquierda de su blusa para mostrar su muñón.
Una vez aceptado el "desafío", Canal 10 se desentendió de toda la organización. Por norma, el canal sólo graba las pruebas, pone los conductores y vende la publicidad. Los televidentes, conmovidos por los "desafíos", son los que llaman por teléfono para donar el dinero. Organizar, conseguir lo necesario para cumplir con el reto, solventar los gastos, todo corre por cuenta de la institución necesitada. Son las reglas de la televisión "solidaria".
Lo primero que hicieron Apollonia y la comisión de apoyo fue gestionar una locomotora ante el Ministerio de Transporte y AFE, la ferroviaria estatal. La consiguieron, sin demasiadas preguntas ni condiciones.
También eligieron a la profesora de educación física Adriana Borba, de 44 años, para dirigir la "cinchada", como se llama en Uruguay al acto de remolcar un objeto con cuerdas.
Como Borba no sabía cuánta gente se necesitaba para arrastrar un tren, propuso llamar al pueblo vecino de Algorta porque allí, una vez en una fiesta popular, habían remolcado siete vagones. La llamada la hizo Gustavo Meyer, secretario de la Junta de Young, el gobierno local, pero no permitió aclarar nada. Interrogado por el juez, Meyer afirmó: "La secretaria de aquella junta no tenía mucho conocimiento, no sabía cuántas personas habían cinchado (...) No pudimos saber eso".
Borba dio otra versión en el juzgado. Dijo que de esa llamada concluyó que se necesitaban 60 personas para tirar de la locomotora. Para obtener 80 voluntarios (los titulares y 20 suplentes) invitó a empresas e instituciones locales. Los bomberos, por ejemplo, comprometieron diez "cinchadores".
El número exacto de personas necesarias para remolcar el tren nunca quedó del todo claro. No hubo cálculos científicos ni ensayos. El pastor Gustavo Muñíz, un religioso luterano que se entusiasmó con el "desafío", llegó a creer que se requerían "por lo menos mil personas", relata hoy Marina, su esposa.
Mientras tanto, Apollonia y los integrantes de la comisión se entrevistaron con el comisario Julio Sosa, jefe policial del pueblo. Hay dos versiones opuestas sobre la reunión: según Apollonia, el comisario aseguró que se encargaría de la seguridad del "desafío". Según Sosa, él sólo aceptó controlar el "orden público" pero no la seguridad de la prueba televisiva. Un integrante de la comisión de apoyo que participó de la reunión le dijo al juez que Sosa advirtió que, como mucho, podía aportar ocho agentes.
Apollonia y Sosa acordaron, eso sí, que un grupo de desempleados, integrantes de un plan laboral de emergencia que reciben del Estado el equivalente a 112 dólares por mes a cambio de trabajos poco calificados, ayudarían a controlar la seguridad.

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Nada fue tan publicitado en Young. Los escolares pintaron decenas de carteles. Se pusieron pasacalles en las principales esquinas. Se avisó en la prensa del pueblo. Los organizadores fueron entrevistados en cada programa periodístico local. Se abrió una página en internet para que participaran los younguenses emigrados. Y, con la melodía de un viejo aviso televisivo de salchichas, se compuso un jingle que se irradió una y otra vez con altoparlantes: "No se quede en casa / Ni en la oficina / Venga usted y la vecina / Venga usted y la vecina / Vengan todos y todos juntos lucharemos / Y la meta cumpliremos".
La constante apelación a la palabra "todos" hizo que muchos creyeran que cuánta más gente "cinchara" del tren, mejor.
Pese a su imprecisión, la campaña publicitaria fue un éxito a la hora de generar expectativa. Cuando llegó el día, el entusiasmo era enorme. En la calle algunos se saludaban diciendo "todo por el hospital"; esperaban que por fin llegara la hora. Yolanda Faccio estaba segura: ella tiraría del tren. Ramón Bacino, que trabajaba en una hacienda fuera del pueblo, le anunció a su esposa que viajaría especialmente para ayudar al hospital. Yamila Racouky, de 15 años, quería estar ahí. "Era algo nuevo, acá nunca pasan cosas así", dice. Yamila pensó en invitar a la "cinchada" a Jonathan, su compañero de liceo, el chico que jugaba bien al fútbol. El pastor Muñíz también se despertó ilusionado y le preguntó a Marina, su esposa:
-¿Qué hago? Si puedo cinchar del tren, ¿cincho?
-Sí, claro, mi amor. Si eso es lo que querés.

***

La locomotora llegó a Young a las 13 horas del 17 de marzo, una hora y media antes de la hora fijada para grabar la "cinchada".
Recién al ver con sus propios ojos esa gigantesca mole de 56.000 kilos algunos organizadores tuvieron una idea más certera del "desafío" que habían aceptado. Eduardo Quintana, un miembro de la comisión de apoyo al hospital, le dijo a María Emma Reggio, otra integrante: "¡Pah, está gorda esta muchacha! Me parece que no la vamos a poder mover".
La locomotora trajo dos vagones y cuatro empleados ferroviarios: administrativo, inspector, conductor y ayudante. Ellos no habían recibido ninguna instrucción especial de la compañía. El de mayor rango era el administrativo Héctor Parentini y su superior no le había explicado nada. "Sólo me dijo que viniera a Young a ponerme a las órdenes de los organizadores del hospital", le contó al juez.
Los ferroviarios dejaron la máquina en una de las tres vías que pasan frente a la estación, la que corre pegada al andén. Nadie ha podido explicar por qué se eligió esa vía, un detalle clave en la tragedia.
No se hizo ningún ensayo del "desafío".
Mientras la estación se llenaba de gente enfervorizada, la profesora de gimnasia Adriana Borba tuvo un breve diálogo con el ferroviario Parentini sobre cómo comenzaría la prueba. Borba le dijo a que a las 14.30 le ordenaría sacar el freno de la locomotora, pero no le dijo cómo lo haría y él no le preguntó. Parentini debía dar, a su vez, la orden a sus compañeros, que permanecerían en la cabina y manejarían el freno.
Más o menos a esa hora, el equipo de Desafío al Corazón llegó a Young. Pensaban ir a almorzar, pero se quedaron en la estación. "Vimos tanto movimiento, tanta buena onda que decidimos quedarnos a filmar", le dijo al juez Fernando Seriani, uno de los creativos del programa. "Había una euforia indescriptible, lo que vimos en Young nunca lo habíamos visto".

***

Yamila Racouky, la compañera de liceo de Jonathan Muñoz, no quería perderse eso por nada del mundo. Young no ofrece mucha diversión para los jóvenes. "Vamos al ciber, al baile, nos sentamos en la vereda a tomar mate. No hay mucho que hacer". Para peor, las últimas salidas habían terminado en peleas entre sus amigos "planchas" (adolescentes pobres y reacios al estudio y al trabajo) y los "conchetos" (adolescentes ricos).
"Acá están muy marcadas las clases sociales, es horrible", dice Yamila. Cuenta que sus amigos "planchas" salen "y como no tienen plata para emborracharse, empiezan a apedrear las casas, a insultar a la gente...". Luego vienen las riñas.
Yamila tiene sus uñas cortas pintadas de rosa. Aquella tarde pasó a buscar a Jonathan para ir a la "cinchada". Jonathan era pobre pero no "plancha". "Era muy sociable, le encantaba la gente".
En el rancho de madera donde vivía, Jonathan le dijo a Yamila que su padre no quería que fuera al "desafío". Pero ella insistió y Jonathan le mintió a su padre: le pondrían falta en el liceo si no iba. Su padre le creyó.
En la estación los chicos se encontraron con multitud enfervorizada. Estaban todos los escolares, sus compañeros de liceo, el pueblo entero. Desde los altoparlantes sonaba a todo volumen, una y otra vez, el pegadizo jingle: todos juntos lucharemos, todos juntos lucharemos. Por sobre la música, Ariel Pérez, un periodista local, y otros dos comunicadores del pueblo animaban la fiesta. Subida al tren estaba Paola Bianco, estrella de la tele, conductora de Desafío al Corazón. Jonathan se entusiasmó y le dijo a su amiga que él tiraría de la locomotora. Yamila le recordó que en el liceo les habían advertido que sólo los adultos podían, pero Jonathan no la escuchó.
Yamila también vio a muchos de sus amigos "planchas" frente a la máquina, buscando un sitio para "cinchar". "Uno de ellos dijo: ‘cuando empiece, me voy a tirar debajo de las ruedas, así me muero de una vez’". Yamila le pidió a Jonathan que se quedara, pero no hubo caso.

***

Adriana Borba, la profesora de gimnasia, le contó al juez de su vasta experiencia en conducir eventos sociales exitosos. Organizó, por ejemplo, el certamen Reina de la Piscina ante 500 personas. Pero esta vez las cosas no salieron tan bien.
Había comenzado a llover. La multitud reunida era gigantesca y no se veía ningún policía. El cordón humano que debía separar al público de las vías estaba formado sólo por los desempleados del plan asistencial del gobierno y nadie les hacía caso. Tampoco se respetaban las cintas amarillas colocadas para que la gente no se acercara al borde del andén. "Había gente que se les paraba arriba para que otros pasaran. Yo los vi", cuenta María Emma Reggio, integrante de la comisión de apoyo. Una multitud se apiñaba al borde mismo del andén y cientos de personas estaban en la vía, delante la locomotora.
Borba, que había previsto que cuatro cuerdas bastarían para los 60 tiradores, hizo atar otras dos. A las 14.10 convocó a los "cinchadores" a una charla para explicarles cómo debían tirar del tren, pero sólo 20 fueron a escucharla. Ella había calculado que, para no ser atropellados, todos debían ubicarse a más de diez metros de la locomotora. Pero según Francisco Lafourcade, que participó de esa reunión, ese dato no les fue comunicado. "En ningún momento se nos explicó a cuántos metros de la locomotora debíamos estar", le dijo al juez. "No nos dijo cómo iba a dar la orden, pero sí que íbamos a empezar a las dos y media". Borba también les advirtió que si uno caía, los otros tenían que levantarlo rápido. Por seguridad, la profesora quería que los bomberos fueran los "cinchadores" más cercanos a la locomotora, pero ellos entendieron lo contrario y se ubicaron en la punta de las sogas, los más alejados de la máquina.
El jingle sonaba a todo volumen, los escolares cantaban, los animadores decían que Young podía, la gente aplaudía. Pasadas las 14, Seriani, uno de los productores de Desafío al Corazón, llamó a sus compañeros a Montevideo. Quería que escucharan el bullicio, le dijo al juez: "Era hermoso el ruido".

***

María López, empleada de comercio, se emocionó en la estación. Pensó: "Este pueblo es muy individualista, pero acá estamos todos juntos para ayudar al hospital".
Casi todos en Young se definen como solidarios e individualistas al mismo tiempo. Y en la estación se notó: muchos querían ayudar al hospital y decidieron "cinchar", aunque sabían que no debían.
Pasadas las 14.10, cientos de personas buscaban tomar un pedacito de cuerda y así poder participar de la "cinchada", ayudar al hospital, salir en la tele, demostrarle a todo Uruguay que Young existe. El entusiasmo era indescriptible. Los que estaban frente a la máquina llamaban a sus amigos que permanecían en el andén para que bajaran a tirar.
Adriana Borba revive hoy la desesperación que comenzó a ganarla en esos momentos. "Todos manotearon las cuerdas. No estaba previsto. Eran las ganas de ayudar, de decir yo estoy, yo estuve, yo tiré. Les pedí que salieran y nadie me hizo caso. Me pasaron por arriba".
Selva Carballo, de 57 años, no había pensado participar, pero allí le vinieron ganas. "Todo era una fiesta, y como nadie me dijo nada y como veía que otros lo hacían yo fui a cinchar y le dije a unas conocidas: vengan, vengan".
Alba Lemes, la mujer de 68 años que se partió siete costillas, el peroné y el omóplato en tres, bajó a las vías y tomó una de las cuerdas junto con su amiga Silvia Porcal. Se sentía feliz. "Era tanta la euforia, la algarabía". Lemes todavía recuerda cuando Jonathan se acercó y les dijo: "Señoras, ¿no me dejan agarrar la cuerda acá?".

***

Algunos percibieron que las cosas no iban del todo bien. El ferroviario Héctor Parentini advirtió a los organizadores que existía un desnivel peligroso en el piso, bajo los durmientes y contra el andén, donde se iba a realizar el "desafío". Apollonia, el director del hospital, llamó a la comisaría para protestar por la ausencia de policías. Susana Estigarribia, otra profesora de educación física, sacó de las vías a varios chicos y a un adulto que quería tirar del tren con una niña en brazos. Sin embargo, nadie propuso detener la prueba.
"Había gente que decía ‘esto va a terminar mal’, pero la inmensa mayoría de los que estábamos viviendo esa fiesta no nos queríamos dar cuenta", lamenta Ariel Pérez, el periodista local que animaba de la jornada.
En las vías, tomando las cuerdas frente a la locomotora, había ancianos, enfermos, rengos, mujeres con tacos, chicos en hawaianas. A Eliseo Silva, de 57 años, que tenía un by pass, una amiga le dijo "vos no podés tirar", pero él no hizo caso y se quedó allí con su esposa. En total, unas 400 personas estaban listas para remolcar el tren.
Faltaban quince minutos para la hora fijada, las 14.30. Pero muchos ya estaban "cinchando".
El pastor Muñíz le decía a la gente a su alrededor: "no tiren, no tiren, todavía falta", y no le hacían caso. Las cuerdas estaban tensas, pero la locomotora no se movía porque tenía el freno puesto. "Ojalá caiga una lluvia muy fuerte para que cinchen sólo los que tienen que cinchar", pidió el pastor. Pero el cielo no lo escuchó.

***

Quién y cómo debía dar la orden para comenzar la prueba es el punto clave del caso judicial. Los funcionarios de Canal 10 dijeron que la orden la darían ellos. El director del hospital, Apollonia, sostuvo que hizo alquilar el mejor equipo de audio de Young para que todo el mundo escuchara la orden. La profesora Borba dijo que ella iba a impartir la orden con un megáfono y una señal a Parentini, que iba a estar sobre la locomotora. Parentini, el ferroviario que debía indicarle al conductor cuándo sacar el freno, no estaba arriba de la máquina, sino abajo, entre la multitud enloquecida. Él esperaba la orden de Borba, pero no sabía cómo se la iba a dar.
Parentini miraba a Borba, que iba y venía entre la muchedumbre enfervorizada.
Borba intentaba sacar de las vías a los no que debían tirar. Se había juntado tanta gente que, en lugar de diez metros entre los "cinchadores" y la locomotora, apenas había dos. "¡Suelten la cuerda", gritaba, pero nadie le hacía caso. Faltando unos doce minutos para la hora fijada, decidió ir a buscar el megáfono, que tenía una colega. Quería avisar a todos que la prueba así no comenzaría. No se le ocurrió recurrir al poderoso equipo de audio que seguía atronando el jingle (¡todos juntos lucharemos!) y el aliento de los conductores (¡vamos que podemos!).
Por fin Borba encontró el megáfono. Eran las 14.20. La profesora gesticula mucho cuando cuenta su historia. Es posible que en aquel momento de nerviosismo también gesticulara. Ella jura que no hizo ninguna seña, pero Parentini dice que sí, que toda la gente empezó a gritar "¡Vamos!" y que entonces vio a Borba hacer la señal que estaba esperando. Faltaban diez minutos, pero el ferroviario dice que a él nadie le dijo la hora exacta en que comenzaría la prueba. "Estaba toda la gente tirando y era un grito unísono ‘vamos, vamos’ y todos tiraban. Primero fue el grito y luego la señora me levanta la mano", dijo Parentini en el juzgado. "¿Qué más se podía esperar? Yo interpreté que la señora me daba el o.k."
Entonces le dijo al maquinista que sacara el freno.

***

La locomotora arrancó. Borba dijo: "la puta que lo parió, ¿quién dio la orden?". La gente del canal prendió las cámaras. El conductor Ariel Pérez, dudó un instante. Sabía que no era la hora fijada, pero no quiso arruinar el momento así que gritó, según quedó registrado en un video aficionado: "¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos que se puede! ¡Sí, sí, sí!".
La alegría duró poco. Cuando Pérez pronunció su quinto "vamos", ya
había ocurrido todo lo que tenía que ocurrir.
Tanta gente tiró de las cuerdas que la máquina arrancó a una velocidad impensada. Los rieles mojados potenciaron el efecto. Los que estaban demasiado cerca debían correr para que la locomotora no los alcanzara; había niños, viejos, gente en sandalias. El desnivel que había marcado Parentini fue una trampa mortal. Allí resbaló y cayó una mujer que tiraba de la soga más cercana al andén. Fue el fin de la fiesta: los que venían detrás empezaron a caer, uno arriba del otro. La máquina se acercaba y ellos no podían salir de la vías porque el andén les impedía rodar o tirarse al costado. "Corríamos, pero alguien se cayó y no nos dio tiempo a nada", dice la abuela Lemes. "La locomotora era una plumita y cuando nos quisimos acordar fue horrible", recuerda Selva Carballo.
Unos fueron aplastados por el gentío, otros destrozados por la máquina.
"Una multitud cayó encima mío", recuerda Silvia Porcal. "Yo sentía que la columna se me quebraba y las costillas se me clavaban en los pulmones. Era un dolor horrible. Sentía también como el tren iba chupando gente. Yo gritaba ¡auxilio, auxilio! Pensaba que me estaba muriendo. No tenía aire. La conciencia se me iba. Me prendí a la tierra para que el tren no me chupara, el cuerpo se me retorcía..."
A Yolanda Faccio la embistió la locomotora. "Vi que se me venía encima, venía más rápido de lo que yo podía avanzar, me caí y me levanté sin el brazo", relató en el juzgado.
Parada en el andén Yamila Racouky, la amiga de Jonathan, vio cómo de golpe todo quedó en silencio. Vio a una mujer sin un brazo y una amiga que estaba con ella, sobrina de Yolanda Faccio, empezó a llorar.


***


Ariel Pérez, el animador, quedó mudo. "Vi salir a una persona caminando sin un brazo, no me olvido más. Al rato vino alguien y me dijo: ‘Un desastre lo que hicieron. Hay gente muerta ahí abajo’".
Pensó que le tomaban el pelo, pero no. Había muertos, sangre, pedazos de cuerpo.
El pastor Muñíz había muerto. Eliseo Silva, el hombre que quiso tirar a pesar de tener un by pass, había fallecido de un infarto al ver como la máquina mataba a su esposa. Ramón Bacino, que había venido especialmente a "cinchar" por el hospital, había muerto. También el ex comisario Elbio Recoba, de 77 años, y Selva Real, de 56. A Jonathan Muñoz la locomotora lo había abierto al medio. Había heridos graves como Faccio, Porcal, Lemes, Carballo y una anciana irreconocible por las laceraciones sufridas.
Panchito Portela, de 14 años, que jugaba al fútbol con Jonathan, no soltaba el cuerpo de su amigo. Cuando sonó su celular y su madre le preguntó dónde estaba, él respondió: "Mamá, estoy al lado de Jonathan y la gente está loca. Dicen que está muerto y está sólo dormido".
Mientras algunos alejaban a los niños, el rescate era caótico. No había camillas ni ambulancia. Alguien consiguió unas tablas y, sobre ellas, los heridos fueron llevados al hospital por el cual se había hecho el Desafío al Corazón.

***

Néstor Díaz es dueño de una inmobiliaria frente a la estación. Pensaba cerrar a las 14.30 para ir a la "cinchada", pero no le dieron tiempo. A las 14.20 empezó a llegar gente llorando y pidiendo agua para los heridos. "Me puse nervioso por mi esposa y mi hija, que estaban allí. Por mi madre no, con casi 80 años, ¡qué me iba a imaginar!".
La mujer y la hija de Díaz estaban bien, pero su madre era la anciana irreconocible por las heridas. Agonizante, Ramona Gallay logró balbucear su nombre y así supieron quien era.
Ni bien Díaz llegó al hospital supo que había pasado algo muy malo: "todo el mundo lloraba, hasta las enfermeras lloraban, la situación las había superado totalmente". La madre de Jonathan también estaba ahí. Había ido a donar sangre para los heridos y le informaron que su hijo había muerto.
Díaz no encontró a su madre. "La habían trasladado porque estaba muy grave. El tren le había abierto el cráneo, le había borrado la cara, le había destrozado todo un lado del cuerpo".
Ramona Gallay, de 79 años, murió dos días después. Fue la octava víctima fatal del Desafío al Corazón.

***

Canal 10 dio la primicia. Apollonia, el director de hospital, dijo en la pantalla que lo ocurrido era fruto del "entusiasmo que se contagia cuando estamos todos juntos por un esfuerzo común". El juez de Young, Mario Suárez, afirmó: "fue un accidente".
El 18 de marzo seis víctimas del Desafío fueron enterradas en Young. Canal 10 llevó allí a todos sus famosos y muchos en el pueblo aprovecharon para pedir autógrafos.
En el cementerio, el sacerdote Fernando Pigurina, principal de la Iglesia católica local, dijo que todo había ocurrido "por un exceso de amor, no le busquemos más vueltas. La gente quiso dar tanto que dio todo". Una monja definió a los muertos como "mártires de la solidaridad".
Ese fin de semana, un vecino rico donó los 30.000 dólares que el hospital necesitaba.
El 2 de abril Canal 10 emitió un programa llamado Todos por Young. Los televidentes donaron 100.000 dólares: las familias de los muertos y heridos graves recibieron unos 7.000 dólares cada una (1).
El municipio le dio un empleo al padre de Jonathan, que era desocupado.
Psicólogos de Montevideo llegaron para atender a la población, que estaba en shock. Apollonia, Borba, los integrantes de la comisión de apoyo al hospital, todos estaban entre la gente más querida del pueblo, al igual que muchos de los muertos. Comenzó a ganar terreno la versión dada por la televisión y por el sacerdote Pigurina: no había culpables.
En la prensa y en especial en la televisión, la tragedia pronto perdió espacio. Durante algunas semanas, Canal 10 no se pronunció sobre la suerte que correría Desafío al Corazón. Ya tenían grabado otro programa, en apoyo del hospital de la ciudad de Tacuarembó. En él un "mentalista" manejaba un auto con los ojos vendados entre gente sentada en la calle. También partía de un machetazo una sandía en la cabeza de un voluntario.
El 21 de marzo, los fieles de una iglesia evangélica de Young oraron para que Desafío no fuera sacado del aire.
El programa volvió el 25 de abril, aunque nunca se emitió el capítulo grabado en Tacuarembó.

***

En el juzgado del pueblo se inició la investigación penal de la tragedia. Pero al revés de lo habitual en estos casos, en Young hubo una cruzada para que no se hiciera justicia. La encabezó Silvia Sosa, de 46 años, viuda de Ramón Bacino, muerto en el Desafío. Sosa visitó a cada familia alcanzada por la tragedia y les pidió que firmaran una carta para que la Justicia abandonara el caso. Sosa lleva una gran cruz en el pecho. Dice que superó lo que le tocó vivir gracias a la fuerza de Dios y muchos amigos. "Quedate tranquila que Ramón estaba feliz cinchando", le han dicho algunos que estuvieron allí.
-¿Por qué hizo la carta?
-Acá no hay culpables. Nadie tiene que ir preso, porque en todo caso todos tendrían que ir. Si alguien iba preso, iba a ser muy triste. Los involucrados son gente muy querida. ¿Yo me iba a sentir mejor si iban presos? No, me iba a sentir peor. Ramón nunca volverá.
-¿Nunca piensa por qué ocurrió la tragedia?
-Sólo una vez, el mismo día. Después me mentalicé para no hacer ningún drama. Hace 25 años que soy catequista, no puedo echar por tierra todo en lo que yo creo. Sé que Ramón está bien, murió por otros, para salvar vidas. Siento tristeza, pero una gran paz interior. No podemos vivir buscando culpables. Sucedió, se terminó.
Los padres de Jonathan firmaron. "Fue un accidente. No se puede culpar a nadie, porque fuimos todos culpables", dice la madre, que ni siquiera estuvo en la "cinchada". "El padre Pigurina fue el portavoz de la comunidad. No vamos a hacerle juicio a nadie. Acá siempre se necesita del hospital y Canal 10 quiso ayudarnos, ¿cómo vamos a hacerles algo así? Y por más plata, a mi hijo no me lo van a devolver".
También firmaron la familia de Ramona Gallay y la mayoría de los heridos, como Faccio, la mujer que perdió su brazo.
El juez Suárez jura que nunca recibió un pedido así en su vida.

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La carta promovida por Silvia Sosa no fue firmada por los hijos del matrimonio Silva, la familia del ex comisario Recoba, la viuda del pastor Muñíz, ni por Silvia Porcal, una herida grave. Ella sabe lo difícil que es sostener en Young una verdad distinta a la oficial. El 23 de marzo su esposo Pablo Benítez y la abogada Jacqueline Portela anunciaron una demanda civil contra los organizadores por el daño que ella había sufrido. Porcal, que trabajaba como empleada doméstica, se quebró tres vértebras lumbares, dos costillas y tuvo fracturas expuestas de tibia y peroné. Estuvo cuatro meses enyesada de pies a cabeza. Pasó el peor día de su vida cuando la pusieron en un aparato llamado "la cruz de Cristo" para enyesarla. Aún no puede trabajar.
La noticia provocó una ola de repudio en Young. "No querés al hospital", le decían a Benítez. "A vos nadie te obligó a cinchar", acusaban a Porcal. Una radio local los criticó con saña y el asunto terminó sólo cuando Porcal llamó a la emisora desde el sanatorio en el que estaba internada y dijo que no haría ningún reclamo.
Benítez, un obrero metalúrgico, está indignado. "Si yo hubiera provocado una tragedia así, estaba preso en una tarde. ¡Que no hay culpables! Es fácil hablar, pero Silvia no va a poder trabajar más".
Silvia Porcal, de 38 años, cuenta que pasó de trabajar todo el día a estar en la casa de sol a sol. "Estoy despierta a las dos, tres de la mañana y el accidente me vuelve: siento el ruido, el dolor. Me miro mucho al espejo: hay veces que pienso ‘estoy toda vieja, rota, quebrada: ya no sirvo para nada’".
La abogada Portela aún les aconseja demandar y ellos lo creen posible. "¿Dónde estaba la policía?", dice Benítez. "¿Cómo dejaron tirar del tren a un nene de 14 años? Dicen que los muertos fueron ‘mártires de la solidaridad’ ¡Cómo van a ser mártires! ¿Fueron ahí a morir? No, fueron a colaborar y encontraron la muerte por la desorganización. Hubo negligencia... ¿nadie va a hacer un mea culpa?"

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"Tu madre es una hija de puta", le dicen a Panchito en la escuela. Panchito es el chico que lloraba al lado del cuerpo de Jonathan. Su madre es la abogada Portela.
"Me siento vapuleada. Es triste ver que la gente que uno conoce es tan ignorante", dice la abogada. Cree que en Young nadie dice lo que piensa porque la Iglesia es poderosa y hay mucho miedo.
"El cura Pigurina realizó una campaña a favor de quienes organizaron el evento. Obvió las leyes y le lavó el cerebro a los younguenses. Hizo reuniones en las que se decía que hay que olvidar. Pero no puede ir contra el derecho de las personas que deben ser reparadas por un evento que les cercenó las vidas".
Portela critica a Canal 10 por proponer un desafío tan inútil como riesgoso y a los organizadores por realizarlo sin la mínima seguridad. Según ella, haber creado esa mezcla de fervor incontrolable y desinformación provocó la catástrofe: "El jingle fue tan irradiado que hoy los niños lo siguen cantando. La gente creía que todos tenían que ir a cinchar. El jingle lo repetía todo el día: tiremos todos, tiremos todos".

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Apollonia, el director del hospital, dice tener la conciencia en paz.
Mientras toma mate, sostiene: "Una comisión de apoyo de un hospital de un pueblo chico no tiene más remedio que hacer las cosas artesanalmente. Todo lo que estaba a nuestro alcance, se hizo. Hubo un entusiasmo colectivo ingobernable, sin explicación racional".
A la profesora Borba no le molesta pasar por el lugar de la tragedia. Piensa que preverla hubiera sido como anticipar el atentado contra las Torres Gemelas. "Todavía no puedo encontrar una explicación lógica. Actuaron por sentimientos. La gente estaba totalmente eufórica. Era una gran fiesta. Creo que sí hubiera habido más gente cuidando, también los hubiesen pasado por arriba".
El mea culpa que quiere Benítez no existe. Apollonia sigue siendo el director del hospital. Sosa, el jefe de policía del pueblo. Borba dirige el sindicato municipal. Los miembros de la comisión de apoyo al hospital son los mismos. Los que tuvieron la idea de remolcar una locomotora siguen en Canal 10, pensando nuevos éxitos.

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El cura Pigurina fuma en pipa. Mientras una veterinaria atiende a su perro basset, dice que tiene ideas opuestas sobre programas como Desafío al Corazón: no deberían existir, pero si no existieran ¿quién atendería demandas como la del hospital de Young?
Sabe que la televisión exacerbó el entusiasmo del pueblo: "Era una forma de decirle al Uruguay: ¡acá están los younguenses!". Y cree que, de un modo aciago, ese objetivo se cumplió, que hoy los uruguayos –incluso el mundo- ven con respeto y admiración a Young por su reacción ante la tragedia, por "haber conservado la unidad, no culpar gente, defender que fue un accidente, estar de acuerdo en que a los que participaron y a los que murieron los animaba la buena intención".
Cuando se le pregunta si aún cree que todo pasó por "exceso de amor", responde: "No sé si hoy usaría la misma expresión, pero sí hay mucho amor por el hospital. Ese amor en exceso provocó el desastre organizativo que disparó la tragedia".
El sacerdote admite que no es fácil que alguien en Young se atreva a pedir responsabilidades, cuando la mayoría exige lo contrario. "Se cerraron filas en torno a una interpretación y zafar de ella es muy difícil. Hay una presión interna, que no es violenta, pero es muy fuerte".

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En Uruguay los jueces no pueden encausar a quienes no son acusados por los fiscales, que dependen del Poder Ejecutivo. La fiscal Silvia Blanc sólo pidió procesar al ferroviario Parentini, el único implicado que no vive en Young.
El día que Parentini fue llamado al Juzgado de Young para oír su suerte, 400 personas se reunieron allí para reclamar que nadie fuera preso. Llevaban carteles que decían "somos todos culpables". Estaban los padres de Jonathan, Yolanda Faccio sin su brazo y los otros firmantes de la carta.
En su sentencia, el juez Suárez afirmó que es evidente que Parentini no fue el único responsable de la tragedia. Por eso lo procesó, pero sin prisión. Quiso evitar la injusticia de que uno solo pagara en la cárcel lo que muchos provocaron. "Había dos o tres responsables más", dice hoy.
Como sea, nadie fue preso. En Young hubo una caravana de festejo.

***

Dos hijos del ex comisario Recoba que viven en Montevideo son los únicos que hoy acusan a los promotores del "desafío" en la justicia civil, culpándolos por la muerte de su padre. Gustavo Salle, su abogado, ha dicho que Canal 10 y varias oficinas estatales son responsables. También que "la convocatoria se hizo para un fin que, en definitiva, es esencial del Estado, que no cumple" y que en Uruguay "existe una verdadera involución cultural, educativa, intelectual que también explica la tragedia de Young".
En la pequeña ciudad insisten en lo contrario. Ana Portela, periodista local y abanderada del "no hay culpables", porfía que todo ocurrió por ser un pueblo tan bueno. "De tan solidarios que somos, no nos dimos cuenta que era una barbaridad lo que íbamos a hacer".

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Ramón Díaz llora cuando recuerda a su madre, la anciana de 79 que el tren desfiguró. Sabe que hubo errores de organización, pero no quiere pensar en eso: "Prefiero proteger la vida familiar, trato de olvidar".
Díaz trabajó más de 20 años en otras comisiones de apoyo. Una vez una horda le arrebató los juguetes que repartía durante un beneficio infantil. "La gente se atropella, pierde la compostura. El día de la tragedia había gente muy acelerada, querían salir en televisión. Había muchos jóvenes que no tienen nada que perder, esos que pelean todas las noches sólo para hacerse notar...Y muy poca guardia policial. Los organizadores se quedaron cortos, pero no fue adrede. Los que participaron se sienten culpables y yo también. Con mi experiencia pude haber ayudado".

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Ariel Pérez, el animador que gritó "Vamos, vamos" cuando el tren arrancó, ahora trabaja en Montevideo. Muchas veces allí escuchó que la gente, al ver el video de la tragedia y oír sus gritos, comenta: "A ese tipo hay que matarlo".
"Mi trabajo era ése", explica. "Si hay culpables somos los 3.000 o 4.000 que estábamos ahí. Todos vimos que eso estaba mal hecho: cinchar una locomotora con los rieles mojados, con niños... era una prueba hecha por el hospital y ni siquiera había una ambulancia. Todos lo vieron: las autoridades, la gente del Canal 10 y nadie reaccionó. Yo lo vi y no me di cuenta. Yo fui uno de los que estuvo en la gran masacre que hicimos, y me duele".
El dolor no deja vivir a Ruben Muñoz, el padre de Jonathan. "No lo puedo aguantar", le dijo a un diario. En su rancho se apilan los ladrillos que compró para levantar una casita con el dinero que le dieron.
Yamila Racouky cuenta que la tragedia cambió a sus amigos: uno se está construyendo una casita, otro se puso a trabajar, ella quiere irse a estudiar a Montevideo.
Marina Rodríguez, la viuda del pastor Muñíz, una argentina de 34 años, pensó en irse, pero se quedó. "Fue doloroso, pero a mis hijas Young les habla de su papá y Buenos Aires no". Llora cuando cuenta que suele ir a la estación a "hablar" con su esposo. No firmó la carta pidiendo el archivo del caso. "Estoy de acuerdo con que nadie vaya preso, es agregar dolor al dolor. Pero es importante que la Justicia coloque las cosas en su lugar".
Silvia Sosa, la mujer que lideró la cruzada para que la Justicia abandonara el caso, está satisfecha con lo que hizo. "Sólo quiero que esto pase de una vez. Al accidente lo trato de minimizar: ya lo minimicé todo lo que pude y voy a tratar de que desaparezca".
Yolanda Faccio tampoco quiere recordar. Tras la tragedia, siguió mirando Desafío al Corazón. Su sueño es recibir un brazo ortopédico que sustituya al que le arrancó la locomotora, y con él ir a Montevideo y aparecer, esta vez sí, en la pantalla de Canal 10.

(1) El 21 de octubre de 2015 recibí un mensaje de Julio Recoba, hijo del ex comisario fallecido en el "Desafío al corazón", informándome que su madre nunca aceptó recibir los 7.000 dólares que se le ofrecieron como recompensa a los familiares de los muertos. "Mi madre a pesar de tener hasta 2do de primaria TUVO LA DIGNIDAD DE  NEGARSE a recibir ese dinero recaudado por unos de los causantes de la masacre", dice Recoba en su mensaje.



Young, tragedia, reportaje Haberkorn

Artículo de Leonardo Haberkorn Publicado en la edición de mayo de 2007 de la revista colombiano-mexicana Gatopardo. Reproducido en el diario uruguayo La Diaria el 22 de mayo de 2007.
Este es uno de los 15 reportajes del autor que integran el libro Un mundo sin gloria (Fin de Siglo, 2023). Puede encargarse escribiendo a libroshaberkorn@gmail.com

3.12.10

Adiós a Ramón Mérica

Hoy falleció Ramón Mérica, un brillante periodista que nació en Salto en fecha imprecisa y que fue un referente para muchos y una influencia muy importante en lo que a mí respecta.
Mi tristeza tiene un único consuelo. En el prólogo de Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, el libro que publiqué hace un año, dediqué la introducción a agradecerle todo lo que me inspiró y le debo. 
Vuelvo a publicar ahora ese pasaje de Crónicas en su honor y memoria. 


No recuerdo con exactitud cuántos años tenía. El libro se publicó en 1976, pero quizás lo leí dos o tres años después, siendo un adolescente, una tarde en la casa de la calle Ferrari. Se lo había regalado mi madre a mi padre.
Ramón Mérica, Agonistas y protagonistasLa tapa no decía el título de la obra y solo exhibía una foto en blanco y negro, algo azulada, de un viejo aparato grabador, un modelo gigante propio de los años 70, con un cassette Philips dentro. El título solo se indicaba en el lomo y no decía mucho: Agonistas y protagonistas. Era una recopilación de doce entrevistas realizadas por el periodista Ramón Mérica, todas publicadas en el suplemento de los domingos del diario El País. En ese entonces yo no conocía a Mérica.
Un día, hojeando aquel libro, descubrí que entre los entrevistados estaba la persona a quien más admiraba en el mundo: Fernando Morena, el Nando, el Potrillo, el goleador de Peñarol.
Empecé por la página 95. El impacto que me provocó aquella entrevista fue enorme. A pesar de que acostumbraba a leer el diario, en especial las páginas de deportes, nunca había visto nada igual. Lo que estaba leyendo iba más allá de todas mis anteriores lecturas periodísticas. No se parecía en nada a cualquier entrevista que hubiera conocido: Mérica se introducía en la casa de Morena, en su dormitorio, describía los posters colgados en las paredes, hablaba con su madre, contaba cómo había sido el parto del Potrillo, charlaba con su padre, con los vecinos, lo despertaba, lo subía a un Fitito, lo llevaba a la playa, lo hacía hablar de Peñarol, de Nacional, de política, de mujeres, de su madre, de cine, de sexo, de dinero. Había toneladas de información y todo eso se leía como si fuera un cuento. Era periodismo y literatura juntos, al mismo tiempo.
Había otra cosa muy impactante. Mérica lo explicaba al comienzo del artículo:

De haber salido de mi casa apenas un minuto antes, la mañana en que iba a encontrarme con Fernando Morena, esta nota hubiera sido completamente diferente. Porque fue justo en el momento de salir, y con la mano ya puesta sobre el botón para apagar la radio, que un informativista lamentó: ‘El deporte uruguayo, y particularmente el fútbol, está de duelo: acaba de fallecer el otrora ídolo nacionalófilo Atilio García…’

Ramón Mérica, periodista uruguayoMérica había tomado aquella coincidencia como una clave a seguir en su trabajo. Por eso, además de Morena, también entrevistó a la viuda de Atilio García. Y luego intercaló en el mismo artículo el resultado de las dos conversaciones. Había una proeza técnica: uno pasaba de un relato al otro sin perder nunca el hilo de la historia. Pero no era solo un alarde de virtuosismo; había allí un logro informativo de primer orden: al combinar las entrevistas, Mérica lograba explicarnos cómo había ido cambiando el mundo del fútbol desde los tiempos de Atilio García a los de Morena, el primer futbolista uruguayo que fue tasado en un millón de dólares. Y no solo eso. La combinación de las historias del recién fallecido Atilio García y el esplendor de un jovencísimo Nando Morena era también una reflexión sobre el paso del tiempo (“el Tiempo”, según Mérica lo nombra en el prólogo del libro), sobre lo efímero de la juventud, el inevitable ciclo de la vida y el ocaso de toda gloria. Todo eso gratis junto con la mayor cantidad de información que yo hubiera leído u oído jamás sobre aquel goleador que alegraba cada uno de mis fines de semana.
No sé si todo eso lo racionalicé la primera vez que leí aquella maravillosa entrevista, o luego, con los años, las decenas de veces volví a leer esas páginas memorables y a usarlas para intentar despertar  la imaginación y la pasión de los estudiantes de periodismo.
Pero sí sé que aquella lectura me marcó para siempre. De un modo, supongo que al principio inconsciente, comprendí que el periodismo podía volar alto, mucho más alto que lo habitual.
Por supuesto, luego leí muchos otros reportajes, crónicas, entrevistas que me maravillaron, empezando por la recopilación que realiza el genial cronista estadounidense Tom Wolfe en El nuevo periodismo. Pero la entrevista de Mérica a Morena fue la primera y el descubrimiento de un mundo. En todos estos años he hecho el esfuerzo por tratar de estar a la altura de esas grandes páginas. (...)
En Uruguay ya no abundan los dueños o directores de medios dispuestos a financiar el buen periodismo, las semanas de investigación y las muchas horas de fina artesanía que conlleva un trabajo periodístico realizado en profundidad, con rigor y amor por la palabra escrita. Es un proceso que comenzó hace diez o 15 años y no ha dejado de agravarse día a día. Hoy la norma es llenar los espacios de la manera más económica posible, la calidad del producto que se le ofrece al público no importa. Los resultados están a la vista.
Quienes así conciben a los medios de prensa se justifican señalando que el público no reclama calidad. Es un argumento cínico, una verdad a medias, que oculta la enorme responsabilidad que tienen estos empresarios y muchos comunicadores en el progresivo empobrecimiento de los medios y, a través de ellos, de la sociedad toda. Porque lo que no dicen es que la oferta también condiciona a la demanda. Si al lector solo se le da basura, si en el informativo de televisión solo aparecen rapiñas y choques, si los buenos periodistas son desplazados por algún gracioso y una legión de pseudo graciosos, si la mayor apuesta para conquistar al público es mostrar sangre a las ocho y culos a las diez, si en la radio solo se roban las noticias de los diarios y si en los diarios nunca se investiga nada, la gente termina por acostumbrarse. El público no puede reclamar lo que no conoce. Nadie reclamó nunca la aparición de los Beatles, ni la de Picasso, ni que alguien escribiera A sangre fría. Es imposible pedir lo que jamás se intuyó siquiera. Por eso hoy nadie exige encontrar en la prensa uruguaya un trabajo como aquella entrevista memorable de Mérica. Después de años y años de degradación de la calidad, en Uruguay ya nadie recuerda que la información, la profundidad y la calidad literaria pueden darse la mano en el periodismo. Encontrar hoy en un medio de prensa uruguayo un trabajo como aquel reportaje a Fernando Morena es una rareza extrema, por no decir un imposible.

Parte de la introducción del libro Crónicas de sangre, sudor y lágrimas.
Vale la pena leer también la crónica De cómo Ramón perdió los nombres, escrita por el periodista Gabriel Sosa, publicada en 2009 en la revista Bla y reproducida hoy en Cursos para/lelos: http://www.cursosparalelos.com/2010/12/de-como-ramon-perdio-los-nombres.html
el.informante.blog@gmail.com

10.12.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas: críticas, reseñas y entrevistas



Crónicas de sangre, sudor y lágrimas es el nuevo libro de Leonardo Haberkorn.
La obra reúne once crónicas y reportajes en profundidad. Entre ellos se incluyen:
“El pueblo que quiso salir en televisión”: una detallada investigación sobre la tragedia de Young, cuando ocho personas murieron aplastadas por un tren durante la grabación del programa televisivo Desafío al Corazón.
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas. Libro. Crónicas. Reportajes. Leonardo Haberkorn“El infierno de San Antelo”: la investigación que desató el escándalo de la Comunidad Jerusalén y llevó a prisión al sacerdote Adolfo Antelo por los abusos que cometía. Se publicó en la primera edición de la revista tres, el 27 de enero de 1996, y nunca había vuelto a ser impresa.
“Los otros sobrevivientes de los Andes”: la tragedia de los Andes contada por aquellos que no tuvieron milagro, los familiares de quienes nunca volvieron de la montaña.
"Un mundo sin Gloria": la historia de la agente policial Gloria Cor, cuyo suicidio apenas ocupó un pequeño espacio en la prensa. Este artículo inspiró la canción "Un mundo sin Gloria" del músico Garo Arakelian, incluida en su disco que lleva el mismo título.
“Juntos fueron dinamita”: la increíble peripecia de Lestat de Orleans y Montevideo, un misterioso estadounidense que un día se radicó en Fray Bentos, y Alda Ribeiro, su novia uruguaya. Una historia de amor con dos hoteles volados en Bolivia, dos inocentes muertos y un final de tragedia.
“La terquedad del poeta”: un retrato en profundidad de Mario Benedetti, su vida y su obra, incluyendo el resultado de un almuerzo y dos largas entrevistas, de las últimas del celebrado escritor.
“El socialista que degradó a Plutón”: la insólita historia de como dos astrónomos uruguayos terminaron por derribar un planeta del cielo.
“El último Hitler uruguayo”: una exploración por el extravagante mundo de los uruguayos que llevan el nombre de pila de Hitler.
Otros tres reportajes y una introducción del autor completan la obra, editada por Fin de Siglo.
El libro ha recibido las siguientes críticas, reseñas y comentarios:


Crítica en El País Cultural a cargo de Elvio E. Gandolfo

Crítica en la página de libros del diario La República:

Comentario en el blog Libreame:

El escritor boliviano Edmundo Paz Soldán comenta el reportaje Juntos fueron dinamita, incluido en el libro, en El Boomeran(g): 

Entrevista con el periodista Mauricio Almada, en el programa Asuntos Pendientes de radio El Espectador:

Entrevista en el programa Café con FM, en FM del Sol, con el periodista Daniel Bianchi:

El libro fue presentado el 17 de noviembre de 2009 por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT. Se puede leer un resumen de la presentación aquí: Y se puede oír el audio completo en esta página.


19.11.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas: "El alma de las cosas"

Marcello Figueredo, Leonardo Haberkorn, Gabriel Pereyra
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, el nuevo libro de Leonardo Haberkorn, fue presentado el martes 17 de noviembre por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra.
Figueredo, en un pasaje de su presentación, dijo:
"A pesar de la variedad de temas, a pesar de la variedad de personajes, detrás de todas estas crónicas hay un gran denominador común, que es la capacidad de retratar desde costados muy distintos al mismo país, al Uruguay, que es la sociedad que está detrás de todas estas historias y de todos estos personajes".
"Ocupándose de cosas muy distintas -continuó Figueredo- el libro termina regalándonos un friso, un mosaico, de un país muy jodido como es el Uruguay hoy. Por lo tanto me congratulo que salga a la luz, que esta compilación nos devuelva al Haberkorn que los grandes medio se han dado el lujo de perder, y tengamos aquí para celebrar estas Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, que se las recomiendo muy calurosamente".
Por su parte, Gabriel Pereyra afirmó: "Creo que el buen periodismo es aquel que logra trascender los hechos que son caducos y puede atisbarle el alma a las cosas, que es algo mucho más perenne y que tiene que ver con la palabra escrita. Y creo que este libro lo logra".
El audio completo de la presentación, que se realizó en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT, puede escucharse aquí:

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas. Marcello Figueredo. Gabriel Pereyra. Leonardo Haberkorn


9.11.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas


Crónicas de sangre, sudor y lágrimas es el nombre de mi nuevo libro.
La obra reúne once crónicas y reportajes en profundidad, todos en la línea del periodismo narrativo. Ellos son:
“El pueblo que quiso salir en televisión”: una detallada investigación sobre la tragedia de Young, cuando ocho personas murieron aplastadas por un tren durante la grabación del programa televisivo Desafío al Corazón.
“El infierno de San Antelo”: la investigación que desató el escándalo de la Comunidad Jerusalén y llevó a prisión al sacerdote Adolfo Antelo por los abusos que cometía. Se publicó en la primera edición de la revista tres, el 27 de enero de 1996, y nunca había vuelto a ser impresa.
“Los otros sobrevivientes de los Andes”: la tragedia de los Andes contada por aquellos que no tuvieron milagro, los familiares de quienes nunca volvieron de la montaña.
"Un mundo sin Gloria": la historia de la agente policial Gloria Cor, suyo suicidio apenas ocupó un pequeño espacio en los diarios. Esta historia le sirvió de inspiración al músico Garo Arakelian para componer la canción "Gloria", de su disco que lleva el nombre, justamente, de "Un mundo sin Gloria".
“Juntos fueron dinamita”: la increíble peripecia de Lestat de Orleans y Montevideo, un misterioso estadounidense que un día se radicó en Fray Bentos, y Alda Ribeiro, su novia uruguaya. Una historia de amor con dos hoteles volados en Bolivia, dos inocentes muertos y un final de tragedia.
“La terquedad del poeta”: un retrato en profundidad de Mario Benedetti, su vida y su obra, incluyendo el resultado de un almuerzo y dos largas entrevistas, de las últimas del celebrado escritor.
“El socialista que degradó a Plutón”: la insólita historia de como dos astrónomos uruguayos terminaron por derribar un planeta del cielo.
“El último Hitler uruguayo”: una exploración por el extravagante mundo de los uruguayos que llevan el nombre de pila de Hitler.
"El Gladiador": una semblanza del polémico director técnico de fútbol Julio Ribas.
"Kohen versus Kohen": la increíble historia de un hombre que desafió y venció a la naturaleza solo para demostrarle que era tan inteligente como su hermano.
"Regusci contra el petróleo": la peripecia del inventor uruguayo que lucha por fabricar un motor que funciona con aire comprimido.
Una introducción en la cual reflexiono sobre el periodismo actual completan la obra, editada por Fin de Siglo.
El libro fue presentado el 17 de noviembre de 2009 por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT:
Las críticas recibidas pueden leerse aquí.
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas puede comprarse a través de esta página.

8.8.09

El Gladiador

Julio Ribas, Gladiador, Peñarol
Todas las mañanas bien temprano, aún en invierno, cuando llueve y hay helada, Julio Ribas sale al jardín de su casa en traje de baño, se para en el borde de la piscina y grita bien fuerte: «¡¡¡ESTOY EN GUEEERRAAA!!!». Luego se zambulle en las gélidas aguas.
Silvana, su esposa, le pide que no lance esos alaridos, porque teme que los vecinos se quejen. Pero Ribas no le hace caso. Para él, todas las personas del mundo están en guerra, sólo que algunos tienen la valentía de asumirlo y otros no. Él lo asume.
Ribas es el director técnico de Peñarol. Para muchos es el entrenador más polémico del país. A pesar de sus éxitos o precisamente por ellos. Se hace llamar El Gladiador. Hoy, cuando el fútbol se ha transformado poco menos que en una ciencia de laboratorio, él sostiene que es una guerra. Donde un técnico como el argentino Marcelo Bielsa ve un tablero de ajedrez lleno de estrategias por tramar, Ribas ve un campo de batalla. Él piensa que para ganar lo más importante es que sus “gladiadores” estén convencidos de que son invencibles. Y que sean capaces de dar lo máximo en cada jugada.
«Lo más parecido al deporte profesional está en el Coliseo romano», me dijo Ribas en Los Aromos. «Los que entran a un estadio no son ni azafatas ni modelos, son guerreros. ¡Guerreros! El fútbol es vida o muerte, deportivamente. Es uno u otro. No existe un gris».
Viéndolo así, su carrera es una suma de muertes y resurrecciones, triunfos y derrotas. Quizás todo dependa de lo motivados que estén los jugadores con su discurso.
Mi primer encuentro con Ribas fue en abril. Entonces Peñarol iba en las primeras posiciones y el objetivo de reconquistar el Campeonato Uruguayo -tras cinco años de fracasos con otros entrenadores- parecía cercano.
Ribas reunió a los futbolistas en la mitad de la cancha. No había público. Sólo se escuchó su arenga:
–¿Qué precio están dispuestos a pagar para ser campeones? ¡Yo pagaría lo que fuera! Siempre hay un precio por lo que querés y nosotros lo pagamos en cada entrenamiento. ¡Cada uno tiene que ser como si fuera el último!
Comienza la práctica. Hay que correr más, grita Ribas:
–¡Vamos que son jóvenes, les tienen que salir las tripas de la boca!
Un jugador falla en una jugada y agacha la cabeza, apesadumbrado. Es el tipo de cosas que Ribas no acepta en un «gladiador». Su voz truena:
–¡No agaches la cabeza! ¡La vida no es para lamentarse! ¡Es para buscar otra oportunidad!
Ahora ordena un ejercicio: los suplentes deben retener la pelota; los titulares, quitársela. Con el cuello de la remera levantado como malevo de tango, Ribas ordena comenzar. El arquero suplente le pasa el balón a uno de sus jugadores. Ribas empieza a gritar como si aquello fuera la final de la Copa del Mundo:
–¡Presione! ¡Presione! ¡Presione!, ¡Presiónalo! ¡Presiónalo!, ¡Presiónalo!, ¡Presiónalo!, ¡Presiónalo ya!, ¡Presiónalo ya!, ¡PRESIÓNALO YA!, ¡PRESIÓNALO A MUERTE!
Antes de irse a bañar, los futbolistas practican tiros al arco. Ribas se para detrás de la portería. A cada uno que va a patear, lo desafía:
–¡Acá estoy yo, el monstruo! ¡Soy el ogro y no pueden soportar esta presión!
Ribas confía más en sus mensajes que los esquemas de juego o en las complicadas jugadas de laboratorio. «Si al jugador le llegás al alma, vas a ganar con la táctica y la estrategia que sea, el sistema sale solo», le dijo a un joven admirador que fue a Los Aromos a pedirle consejo sobre cómo entrenar a un club infantil. Si el escritor y periodista mexicano Juan Villoro escribió que los equipos que dirige el holandés Cruyff son como un cuadro expresionista abstracto en el que cada futbolista incorpora un color, de los equipos de Ribas podría decirse que son como un ejército medieval en el cual cada jugador ayuda con toda su fuerza a impulsar el ariete que golpea una y otra vez contra la fortaleza enemiga. Ribas lo llama «fútbol vertical». La pelota siempre es impulsada hacia adelante, contra el arco rival. Nada de elaboradas jugadas ni de sucesivos pases laterales de pelota. Siempre al frente, nunca para el costado.
Por entonces, Peñarol había ganado los últimos dos partidos que había jugado. Y luego ganó otro. Pero de todas maneras su juego había sido horrible según la mayor parte de la prensa. Sin embargo, Ribas no acepta ese tipo de críticas. A él le parece ridículo pretender que el fútbol tiene una dimensión estética.
–La estética es muy subjetiva, agradar a todos es imposible. Lo que cuenta, en la vida y el deporte, es la eficacia: hacer goles y que no te los hagan.
En su blog hay una frase que lo resume todo: “Ganar no es lo más importante. Es lo único”.
Uno de sus libros de cabecera es El arte de la guerra, del chino Sun Tzu, un clásico con 2.500 años de antigüedad. Tiene un ejemplar en su mesa de luz, junto con una biografía de Jesús, el Manual del Guerrero de la Luz, de Paulo Coelho, y otra media docena de libros a los que vuelve una y otra vez. «Sun Tzu dice algunas verdades universales», me explicó al término de un entrenamiento. «Una de ellas es que la invencibilidad está en uno mismo y la vulnerabilidad en el adversario. Los guerreros en la antigüedad primero se tornaban invencibles, para después ir por la victoria. Vos primero tenés que forjarte un hombre con una autoestima increíble. Y ella te va a dar la capacidad de jugar al fútbol de la mejor manera. Ése es el camino».
–¿Qué piensa cada mañana cuando se mira al espejo? –le pregunté.
–Que soy el mejor. No podría luchar por mi familia, por mis hijos, por mi equipo que es tricampeón del mundo y pentacampeón de América, si no lo sintiera.
En su blog Ribas se presenta como «el Gran DT», «¡Multicampeón!» y «¡Hombre récord!». Su ambición es llegar un día a ser campeón del mundo. «Hasta que no lo consiga no va a parar», me dijo su esposa.

Primer bloque del reportaje sobre Julio Ribas escrito por Leonardo Haberkorn. Fue publicado en la edición de agosto de 2009 de la revista Bla. Integra el libro Crónicas de sangre, sudor y lágrimas.
el.informante.blog@gmail.com

2.7.09

El último Hitler uruguayo



Por Leonardo Haberkorn


Hitler vive en Uruguay. Sí. En esta república oriental de Sudamérica viven Hitler Aguirre y Hitler Da Silva. Viven Hitler Pereira y Hitler Edén Gayoso. Vive hasta un Hitler De los Santos. Y aunque en la guía telefónica del país sólo aparecen seis ciudadanos llamados así, es difícil saber cuántos otros no tienen teléfono o cuántos prefieren figurar con otros nombres para evitar que los califiquen o que se burlen de ellos. Llamarse como se apellidó el mayor genocida del siglo XX, o sea Hitler, ¿no es acaso una razón para vivir avergonzado?
“Nadie sabe que me llamo así”, confiesa en el teléfono Luis Ytler Diotti, que guarda su segundo nombre como un secreto familiar, tal como le aconsejó su padre cuando todavía era un niño. Todos lo conocen como Luis y punto.
Con Hitler Pereira pasa algo parecido: quienes lo conocen lo llaman Waldemar, que es su segundo nombre. Su hijo, que atiende el teléfono, se niega a comunicarme con su padre: no hay nada que comentar.
Juan Hitler Porley rechaza tomarse una fotografía: “Yo de esto no quiero hacer propaganda”, dice, desconfiado.
A Hitler De los Santos lo entrevisté en 1996 y entonces ya había empezado los trámites para cambiarse el nombre. Tal parece que lo logró, porque ahora es imposible ubicarlo en la guía telefónica.
Pero hay quienes llevan el nombre Hitler sin pudor y hasta con orgullo. Hitler Aguirre, por ejemplo, nunca quiso cambiarse el nombre. Llamarse así le parece de lo más normal, pues no encuentra en su nombre motivos para avergonzarse. Hablar con él es algo inquietante: este comerciante, dueño de un almacén de Tacuarembó, una pequeña ciudad en el norte del país, dice ser un hombre de izquierda, que incluso fue perseguido por sus ideas, pero al mismo tiempo insiste en que Hitler es un nombre como cualquier otro. Tan normal le parece, que a su hijo primogénito también le puso Hitler.
Todos los Hitlers uruguayos (al menos los de la guía de teléfonos) son ancianos. Todos nacieron poco antes o durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el dictador alemán Adolf Hitler dividía al mundo entre sus simpatizantes, sus detractores y sus víctimas. Todos los Hitlers uruguayos pertenecen a esa época, menos uno. Hitler Aguirre junior, el hijo mayor de Hitler Aguirre, tiene 38 años y es la única excepción. ¿Vivirá a gusto con su nombre?

TRADICIÓNEs conocido que en Uruguay los nombres raros son una tradición centenaria. Hoy el jefe de la guardia del Parlamento es el comisario Waldisney Dutra. Y un político de apellido Pittaluga se llama Lucas Delirio. Casos parecidos ocurren en otros países. En Venezuela hay un debate para prohibir nombres como Batman, Superman y Usnavy. En España, el pueblo de Huerta del Rey se jacta de ser La Meca de los nombres raros porque 300 de sus 900 habitantes han sido bautizados con nombres tales como Floripes y Sinclética. Pero en cuanto a la extrañeza del nomenclátor ciudadano Uruguay va a la cabeza.
El principal historiador de la vida privada en este país, José Pedro Barrán, dice que los nombres extravagantes comenzaron a multiplicarse a principios del siglo XX, cuando el presidente anticlerical José Batlle y Ordóñez impulsó un temprano laicismo y la gente descubrió que no estaba obligada a bautizar a sus hijos usando los nombres de los santos y mártires cristianos.
Por esa época, el médico Roberto Bouton recorría el país ejerciendo su profesión y conocía a paisanos de nombres tan alejados del santoral como Subterránea Gadea, Tránsito Caballero, Felino Valiente, Clandestina Da Cunha, Dulce Nombre Rosales y Lazo de Amor Pintos. También trató a un señor llamado Maternidad Latorre y a otro bautizado Ciérrense las Velaciones. Entonces la ley permitía que los padres eligieran para sus hijos el nombre que se les antojara, no importa lo espantoso que éste fuera. El Registro Civil certifica la existencia de Pepa Colorada Casas, Roy Rogers Pereira, Caerte Freire y Selamira Godoy, entre muchos otros. Mientras que en la Corte Electoral figuran como ciudadanos uruguayos Feo Lindo Méndez, No Me Olvides Rodríguez, Democrática Palmera Silvera, Filete Suárez, Teléfono Gómez y Oxígeno Maidana. Ponerle el nombre a un hijo, por aquellos años, parecía una demencial competencia de ingenio. Una lapidación anticipada. ¿Qué otra cosa pude decirse de los padres que decidieron llamar Tomás a un niño de apellido Leche?
Pero la razón también ha tenido sus héroes. Hay funcionarios que bien podrían ser condecorados por haberse negado a registrar nombres denigrantes. A mediados del siglo XX, el juez Oscar Teófilo Vidal, que ejercía su oficio en el remoto pueblo de Cebollatí, en el este del país, cerca de la frontera con Brasil, anotó en un cuaderno todos los nombres que logró evitar durante su carrera. La lista, que fue publicada en 2004 en un diario local, incluía a Coito García, Prematuro Fernández, Completo Silva, Asteroide Muñiz, Lanza Perfume Rodríguez, Socorro Inmediato Gómez y Sherlok Holmes García.
Por supuesto, una cosa es querer llamar Sherlock Holmes a tu hijo y otra muy distinta es condenarlo a llamarse Hitler.

NOTICIAS DE LA GUERRA
Los historiadores de Uruguay creen que hay claves racionales para explicar la abundancia de Hitlers en este país. La mayor parte de la población desciende de inmigrantes; en general de españoles e italianos, pero también de alemanes, franceses, suizos, británicos, eslavos, judíos, sirios, libaneses y armenios. Estas colonias prestaban mucha atención a lo que ocurría en sus tierras de origen. “Uruguay siempre vivió con pasión lo que pasaba fuera de sus fronteras, porque somos un país de inmigrantes. La nacionalidad uruguaya está fundada en un ideal cosmopolita y abierto”, dice el historiador José Pedro Barrán, con cierta molestia, como remarcando lo obvio.
A principios del siglo XX Uruguay era un país orgulloso de estar abierto al mundo, dice José Rilla, otro historiador. Las escuelas públicas llevaban nombres como “Inglaterra” y “Francia”. Los feriados reflejaban fechas extranjeras, como el 4 de julio, el día de la Independencia de Estados Unidos. No existía resquemor hacia lo extranjero y la prensa dedicaba sus primeras planas a las noticias internacionales. En los años 30, por ejemplo, la invasión de Italia a Etiopía fue seguida con pasión en el Uruguay. Este interés comenzó a notarse en los nombres que los inmigrantes italianos y otros uruguayos les ponían a sus hijos. Más de medio siglo después, en la guía telefónica aún sobreviven once ciudadanos que se llaman Addis Abebba, como la capital etíope, y dos Haile Selassie, como el príncipe que se enfrentó a las tropas de Benito Mussolini.
A Addis Abeba Morales, que nació en 1936, le encanta su nombre. Pero sus conocidos prefieren llamarla Pocha. “Mi nombre fue idea de mi madrina —dice con orgullo—. Ella estaba con mi madre en las tiendas London Paris, en el centro de Montevideo, y había un aviso luminoso que pasaba las principales novedades de la guerra. Mi madre estaba embarazada y, mientras leían las noticias, se decidieron: ‘Si es nena, le ponemos Addis Abeba y si es varón, Haile Selassie’.”
En el extremo opuesto de ese campo de batalla imaginario, otros padres bautizaban a sus hijos con el apellido del dictador italiano. Hoy Manuel Mussolini García es un bancario jubilado de setenta años, que a veces se entretiene desentrañando los misterios de su nombre. “Mussolini era un héroe. Después, en 1942, cuando se alió con el bandido de Hitler, se transformó en un hombre indigno, pero yo ya tenía su nombre”, dice resignado. Luego cuenta que su hija se ha casado con un muchacho de apellido Moscovitz. “Mire lo que son las paradojas de la vida: yo, Mussolini, ahora tengo un nieto judío”.

UN NOMBRE FAMOSO
Al igual que la guerra de Etiopía, la turbulenta política de Europa de los años 30 y 40 producía noticias que en Uruguay se seguían con la misma fruición con que hoy se siguen las telenovelas. Y a continuación, por un mecanismo de imitación en cadena, nacía una ola de Hitlers en este país apacible de Sudamérica.
“Yo nací en 1934 y entonces mi madre ya había tenido once hijos. Se le habían acabado los nombres. No sabía cómo ponerme y justo leyó Hitler en el diario y le gustó ese nombre”, dijo Hitler Edén Gayoso la tarde en que conversé con él a través del teléfono. “Ella no conocía de política, vivía en la mitad del campo, ¿qué iba a saber quién era Hitler?”.
Algo parecido le ocurrió a Luis Ytler Diotti, que también nació en 1934, y es hijo de un inmigrante italiano. Su padre quiso ponerle el nombre de Hitler, pero el niño fue inscripto Ytler por motivos que ahora éste desconoce. “Yo nací cuando Hitler fue nombrado jefe del gobierno de Alemania. Ese nombre llamó la atención de mi padre. En ese momento le pareció que ponerle Hitler a su hijo era algo bueno. Pero después él mismo se dio cuenta de que no había sido una gran idea”.
Juan Hitler Porley, que de joven fue futbolista, nació en 1943, cuando el tétrico perfil del führer ya estaba más claro para el mundo. Sin embargo, él asegura que su padre no era nazi. “Nunca le pregunté por qué me puso este segundo nombre –dice a través del teléfono–. Yo pienso que creyó que Hitler era un nombre famoso cualquiera, como ponerle Palito a un niño, por Palito Ortega».
Las historias de Hitler Edén Gayoso, Luis Ytler Diotti y Juan Hitler Porley tienen algo en común: los tres cuentan que sus padres eligieron sus nombres por novelería o ignorancia. Los tres parecen sentir cierta incomodidad cuando se les toca el tema.
Los casos de Hitler Aguirre y Hitler Da Silva son distintos. Sus padres sí creyeron en Hitler y en su ideología.
Ambos son protagonistas del documental Dos Hitleres, de la cineasta uruguaya Ana Tipa.
Tipa, que vivía en Alemania, observó allí lo chocante que es para los pueblos involucrados en la Segunda Guerra Mundial el nombre de Hitler. Pensar que una persona se llame Hitler, como ocurre en Uruguay, les parece un horror imposible. Entonces hizo la película.
Hitler Da Silva nació en Artigas, una ciudad de una única avenida en la frontera norte con Brasil. Su padre era un oficial de la policía que desbordaba de admiración por el líder nazi. “Le gustaban sus ideas, su forma de ser, las cosas que hacía”, cuenta en una noche de lluvia, vestido con jeans, en el modesto departamento de su hija, en Montevideo. “Mi padre escuchaba las noticias, guardaba recortes y todo lo que podía conseguir sobre Hitler. Si alguien lo criticaba, él lo defendía a los gritos. Cuando yo nací, en 1939, me puso Hitler como había prometido, a pesar de la oposición de mi madre”. Luego –dice– quiso ponerle Mussolini a su segundo hijo, pero su esposa, que era analfabeta, se negó con firmeza. Ella prefería los nombres corrientes.
No muy lejos de allí, en el departamento de Tacuarembó, y durante la misma época, los hermanos Aguirre discutían sobre política internacional, tal como era habitual en aquellos años. ¿Quién era “mejor” –se preguntaban–, Hitler o Mussolini?
“Los viejos brutos se ponían a discutir quién mataba a más gente, ¡qué barbaridad! Al final mi tío le puso Mussolini a su hijo y mi padre me puso Hitler a mí”, cuenta Hitler Aguirre, que ahora es un comerciante en la ciudad de Tacuarembó. Él es el inquietante Hitler de izquierda que nunca se quiso cambiar el nombre.
–Si su padre le puso a usted Hitler por bruto, ¿por qué usted también le puso Hitler a su hijo?
—Por tradición. ¡Qué bruto!

EL RECHAZO
Ahora se sabe que las ideas y actos de Hitler causaron la muerte de decenas de millones de personas. Cuando los crímenes cometidos por el ejército nazi empezaban a conocerse en todo el mundo, llamarse como él pasó a ser un estigma. El padre de Luis Ytler Diotti, por ejemplo, se arrepintió pronto del nombre que había elegido para su hijo. “Le pesaban las barbaridades que había hecho ese hombre. Mi nombre había tomado un concepto que no tenía nada que ver con lo que él había pensado cuando me llamó así. Se asesoró sobre los trámites que había que seguir para cambiarme el nombre, pero vio que no era sencillo. Yo era un niño grande cuando me dijo: ‘Nunca más uses este nombre, ni firmes con él’. Desde ese día, no lo menciono nunca”.
A Hitler Da Silva sus compañeros de escuela lo molestaban todo el tiempo. Lo perseguían y se mofaban de él: ¡Alemán! ¡Asesino! Eso le decían.
Un día Hitlercito volvió muy enojado a casa y, con rabia, increpó a su padre por el nombre que le había puesto. El padre lo miró, le acarició la cabeza y le dijo que algún día se sentiría muy orgulloso de llamarse así.
Pero ese día nunca llegó. Hitler Da Silva fue policía como su padre y hasta llegó a enfrentarse a balazos con los guerrilleros tupamaros en los años 70. En su ciudad natal de Artigas todavía muchos lo saludan: Heil, Hitler. Pero él, un hombre alto, de abundante pelo blanco y rasgos que podrían pasar por “arios”, no se siente orgulloso de eso. “Ese hombre tenía ideas descabelladas: el despreciar a la gente por su piel o su raza, lo que le hizo a los judíos, el Holocausto. Eso no está en mi criterio”, dice sin consuelo.
A Da Silva el nombre de Hitler no le trajo suerte. La dureza con que lo ha tratado la vida se le nota en la mirada. No hizo carrera en la Policía y hoy, ya jubilado, vive con casi nada. Ni siquiera tiene teléfono en su casa. Dice que más de una vez ha sentido el rechazo que provoca el nombre Hitler y que por eso jamás pensó en llamar así a sus hijos. Una vez visitó Buenos Aires: cada vez que mostraba su documento de identidad para ingresar a un hotel le decían que no quedaban más habitaciones.
Hitler Aguirre, en cambio, insiste en que nunca tuvo ningún problema con su nombre, nunca sintió ningún tipo de rechazo. El juez que lo inscribió no se opuso. Tampoco el sacerdote que lo bautizó. El único que intentó convencerlo de que se cambiara el nombre fue el director del hospital de Tacuarembó, que fue su profesor en el liceo. Entonces Aguirre tenía unos trece años, y averiguó que el trámite para cambiarse de nombre era muy costoso. Su familia era muy pobre. “Entonces nunca me quise cambiar el nombre”, dice, reafirmando su decisión de entonces. “El doctor Barragués me contaba las cosas que había hecho Hitler, pero la verdad que a mí no me importaba. Y cuando nació mi primer hijo le puse Hitler, como marca la tradición. Yo opino que eso no es nada de malo”.
Durante tres largas conversaciones telefónicas, le pregunté a Hitler Aguirre por los horrores del nazismo de todas las maneras posibles. Pero el nombre de Hitler no le provoca nada.
“Francamente no me importa lo que haya hecho Hitler. Yo me dedico a mi vida. Lo que pasó, bueno. Yo no tuve nada que ver. Cada persona hace su propia historia y no importa el nombre que tenga”.
¿Ha visto alguna de las películas que narran el horror del Holocausto? Hitler Aguirre dice que jamás va al cine y que nunca mira la televisión. No tiene video, ni DVD. No usa computadora. Nunca sale de la pequeña Tacuarembó. Sólo un par de veces en su vida ha ido a Montevideo, para ver al médico. “Yo me encerré a trabajar de bolichero a los 17 años, día y noche, sábado y domingo de corrido”, cuenta.
Trabajando así, logró tener uno de los bares más grandes de su ciudad. Hitler Aguirre había empezado a votar por el Frente Amplio, un partido de izquierda, como protesta contra el voto obligatorio en Uruguay. Cuando en 1973 una dictadura militar tomó el poder, él quedó en la mira como todas las personas de izquierda. Estuvo cincuenta días preso acusado de usura. También le enviaron una inspección impositiva tras otra, hasta que le pusieron una multa tan grande que se vio obligado a cerrar el bar, venderlo e irse a vivir al campo. La jefa de ese equipo de contadores que lo inspeccionó era judía. Cuando Hitler Aguirre va recordando aquellos días, lo invade la furia y el odio que sintió en aquel momento. “Yo digo, si Hitler hubiera matado siete millones de judíos —dice—, esa contadora no hubiera existido. Y no me hubiera jodido».

SIMPLEMENTE H
Hitler Aguirre no consultó a su esposa para elegir el nombre que habría de llevar su primogénito: Hitler. Como su abuelo y su padre habían hecho en su momento, Aguirre decidió solo. El que manda es el dueño de casa, explica. A otro de sus hijos lo quiso llamar Líber Seregni, en honor del primer líder del Frente Amplio, un militar que estuvo preso más de una década durante la dictadura de la derecha. Ahora recuerda que una enfermera lo convenció de que mejor lo llamara sólo Líber.
A Hitler Aguirre junior todos lo llaman Negro. Al igual que su padre, el Negro Hitler nunca le reprochó a su progenitor el nombre que éste le puso, ni se siente incómodo llamándose así, ni ha tenido ningún inconveniente por ese motivo. Una oculista que él frecuenta en Montevideo le dice que lo va a llamar simplemente H. Él piensa que sólo se trata de una broma de esa doctora. “Nunca tuve un problema con el nombre –dice—. A la gente le llama la atención la novedad. Pero a mí no me afecta en nada. En aquel tiempo Hitler debía ser famoso”.
A Hitler Aguirre junior nunca le gustó estudiar. Terminó la escuela, cursó un año de clases en un instituto politécnico y luego abandonó las clases para irse a trabajar al campo. Hoy cría vacas y ovejas.
A diferencia de su padre, Hitler Aguirre junior sí vio algunas películas sobre el líder nazi. “¡Unas matanzas bárbaras!”, dice. ¿Lo conmueve enterarse de los crímenes de su homónimo más famoso? “Sí me conmueve lo que hizo —reconoce sin cambiar el tono de voz— pero el nombre no, el nombre no me perjudica para nada. Quizás en Montevideo la gente lo vea distinto, pero acá en Tacuarembó el mío es un nombre como cualquier otro”.
¿No es paradójico que a una persona llamada Hitler le digan Negro? Él se ríe. Dice que en su tierra nadie anda calibrando ese tipo de sutilezas.
El caso de los Hitler uruguayos (y de los Haile Selassie y los Mussolini) debe ser entendido en su contexto histórico, explica el historiador Rilla. “En aquellos años había una confianza en la política, en los grandes líderes, en el progreso —explica en el instituto universitario donde da clases—. Hoy los líderes políticos han perdido esa dimensión profética. Nadie le pone a su hijo Tony Blair. Los políticos hoy no recaudan adhesiones mayores”. Si lo que afirma Rilla es cierto, en poco tiempo los Hitler se extinguirán en Uruguay y no serán sucedidos por otros niños llamados George Bush, Vladimir Putin, Hugo Chávez u Osama Bin Laden. El país ha cambiado: ya no es tan cosmopolita como antes, ya no recibe inmigrantes, los diarios venden diez veces menos que hace medio siglo y la política internacional dejó de encender las ilusiones colectivas. Ya casi nadie cree en un líder que vendrá a salvar el mundo. Hoy los padres se inspiran en los personajes de la televisión a la hora de bautizar a sus hijos. En el Registro Civil los funcionarios recuerdan que en los años noventa hubo una ola de niños llamados Maicol, en honor al protagonista de la serie de televisión estadounidense El auto fantástico. Luego hubo miles de niñas llamadas Abigail, como la heroína de una telenovela venezolana.
En el medio del campo, Hitler Aguirre junior, el Negro, también tiene televisor. Y a pesar de las películas que ha visto sobre los nazis y sus matanzas, su sueño era tener un hijo varón para llamarlo Hitler, como se llama él y como se llamó su padre. “No lo decidí porque fuera fanático, ni nada. Es la tradición y hay que seguirla”, explica. Pero como los tiempos sí han cambiado en algunas cosas, él lo consultó con su esposa. Ella aceptó y sólo pidió que el niño tuviera un segundo nombre. Lo iban a llamar Hitler Ariel y habría sido el único Hitler del mundo con nombre judío. Pero no fue. Dos veces su esposa quedó embarazada, y las dos veces alumbró una niña: Carmen Yanette, que hoy tiene 16 años, y María del Carmen, de 12. El Negro se ríe al contar estos hechos. Quería un varón pero ya se resignó, le salieron dos niñas, a las cuales adora. Ahora ya no quiere tener más hijos. “La fábrica está cerrada”, dice.
Con él la dinastía parece haber llegado a su fin.
 
 

Artículo de Leonardo Haberkorn. Publicado en la revista peruana Etiqueta Negra en diciembre de 2007 y mayo de 2008 (edición aniversario de "Grandes Éxitos"), en la revista C del diario Crítica de Buenos Aires el 3 de agosto de 2008, y en el diario uruguayo Plan B el 11 de enero de 2008.
Integra el libro Un mundo sin Gloria (Editorial Fin de Siglo, Montevideo, 2023).
Fue incluido también en los libros Antología de crónica latinoamericana actual (editada por Darío Jaramillo Agudelo, Alfaguara, Madrid, 2012); Crónica número 1 (Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, Ciudad de México, 2016) y, traducida al polaco, en Dziobak literatury. reportaże latynoamerykańskie (Dowody na Istnienie, Varsovia, 2019).



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